Una de las fábulas tradicionales que me parece plagada de sabiduría, pero también de tristeza ante la naturaleza de ciertos seres, es la vieja historia de la rana y el alacrán.
Una rana se disponía para lanzarse a la corriente de un caudaloso río, así cruzarlo y alcanzar la otra orilla cuando escucha una voz que, casi suplicando, le pide, “¿No me pudieras llevar sobre tu espalda? Yo también necesito cruzar y alcanzar la otra orilla, pero no se nadar”.
La rana dirige su mirada hacia el lugar donde emergía la voz y, ante su vista, aparece un impresiónate alacrán haciendo la solicitud.
La rana, piensa un par de segundos y responde con otra pregunta “¿Qué crees estoy loca? Si te llevo sobre mi espalda, corro el peligro de que me claves esa venenosa ponzoña que tanto has utilizado para hacer el mal, y me ahogo”.
El alacrán responde con gran sabiduría y convencimiento: “¿Como piensas sería capaz de semejante disparate? Si lo hiciera, moriríamos los dos pues repito, yo no se nadar y me urge llegar a la otra orilla”.
La rana, duda unos instantes pero el argumento le parece tan lógico y el solicitante tan convincente, que finalmente acepta ayudar al frustrado alacrán y le dice: “Está bien, cruzaremos juntos pero recuerda, si me atacas nos ahogamos los dos, así es que monta sobre mi espalda”.
El feliz alacrán de inmediato lo hace y la rana, soportando ese gran peso, inicia la travesía.
La primera parte de tan peculiar navegación, se da sin mayores incidentes. Sin embargo, a la mitad de la ruta y en la parte más honda del río, la rana siente un punzante dolor en la espalda luego que su pasajero le clavara arteramente el aguijón.
De inmediato, la empieza atacar una parálisis producto del veneno y balbuceando exclama. “Pero si tú me prometiste no lo harías”. El alacrán no responde.
Cuando la rana siente hundirse y sin entender lo que acontecía pregunta “¿Por qué lo has hecho? Sabias bien que ambos pereceríamos”.
El alacrán simplemente responde: “Porque esa es mi naturaleza”. Segundos después ambos, la rana y el alacrán, se sumían en las aguas del río para nunca alcanzar la orilla.
Prefiro a do casillero del diablo e do bichinho que morava no metro e levava a princesa.
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